Las residencias son hoy por hoy uno de los temas relevantes en el sector de las artes vivas, son muchos los foros y debates entorno a ellas, pero al mismo tiempo seguimos sin tener claro que son, para que deben servir, si son realmente una herramienta útil y viable, si no nos estamos escudando en esa palabra para postergar la precariedad, la falta de recursos en coproducciones, etc. Creo que llega el momento de poner nombre a las cosas, de afrontar la realidad del sector y de ver si la conciliación, la diversidad, la profesionalización y la dignificación, tienen cabida en eso que llamamos, RESIDENCIAS.
Una residencia es “un proceso flexible que se desarrolla en un espacio de trabajo y durante un tiempo concreto, ofreciendo las condiciones adecuadas y adaptadas a las necesidades específicas de cada proyecto. Por lo tanto, se necesita de un espacio flexible que genere la confianza y el diálogo para poder cuidar el proceso y que permita recoger, compartir y patrimonializar el conocimiento que se genera en el interior de las prácticas artísticas. Debe permitir trabajar dignamente y ha de ser acompañada por un equipo humano en los diferentes ámbitos, pero sin injerencia en el proceso creativo. Tiene que poder abrir y ofrecer espacios de conexión y de intercambio que faciliten la continuidad de las trayectorias artísticas y, por consiguiente, debe formar parte de un ecosistema que incluya a la artista, al centro de creación y al entorno. La residencia tiene que ser accesible a través de distintos mecanismos de selección, y ha de basarse en los tiempos de la investigación, no de la producción”.
Esta definición, surgida del consenso generado en unas jornadas de trabajo del año 2017, con diferentes agentes del sector, es la que utilizamos desde entonces en el centro de creación que dirijo, la Nau Ivanow.
El motivo de intentar consensuar una definición fue buscado, estábamos en un momento de replanteamiento del proyecto y teníamos claro que queríamos enfocarlo hacia un espacio de residencias, dejar la exhibición y centrandose en los procesos de investigación, pero para eso, debíamos generar un marco basado en las necesidades reales del sector, (no en las nuestras) y que nos sirviera también como “guía” a la que acudir cuando tuviéramos dudas o preguntas sobre lo que estábamos haciendo entorno a las residencias.
Muchas veces llamamos residencias a simples cesiones de espacios, a coproducciones mal pagadas o a instancias de intercambio donde por regla general, las personas creadoras son las que se llevan la peor parte. Ya va siendo hora de que entre todas las personas que formamos parte del ecosistema creativo, empecemos a generar un glosario para saber qué nombres, qué implicaciones y qué necesidades, requiere cada parte de la cadena de valor de la creación.
En este sentido, quiero remarcar que una residencia debería estar siempre remunerada y acompañada. Debemos poner en valor el proceso de investigación creativa como una parte importante (sino la más) e imprescindible de la cadena. Los agentes que acogemos, tenemos a menudo el privilegio de poder llegar más fácilmente a los debates sobre políticas culturales, por este motivo deberíamos tener la “valentía” de llamar residencias solo a aquellas que la dignifican y ponen en valor, de lo contrario, no estamos trabajando en pro de la dignificación y nos hacemos trampas a nosotras mismas. Debemos pensar que, si conseguimos poner el foco ahí, y llamar las cosas por su nombre, podremos revalorizar nuestros proyectos y eso implicará, en consecuencia, más recursos que permitirán mejorar las condiciones de las residencias y de las personas que las realizan.
Como espacios de residencias, debemos creernos que esa primera etapa, donde se genera el I+D de las artes vivas, es diferente y tiene unas características concretas. Durante esta etapa de investigación, las creadoras que vienen a habitar nuestros espacios no buscan solo una sala donde ensayar si no un crecimiento artístico y profesional, que vendrá del intercambio, de enfrentarse a lo desconocido, de hacerse preguntas, de exponerse y descubrir otras metodologías y formas de mirar diferentes a las que están habituadas, es el momento de mayor permeabilidad, tanto para la persona que reside, como para el centro que acoge. Y es justamente en ese hecho de buscar algo diferente que no puede ser lo mismo una residencia de investigación en la que no sabemos dónde vamos a llegar, ni que preguntas se generarán, que aquella instancia que implica sí o sí, acabar con una pieza, en una fecha marcada y en un lugar determinado. No quiero decir que una sea mejor que la otra o que una sin la otra no se pueda llevar a cabo, digo simplemente que, diferenciarlas nos permitirá dignificar el trabajo de las artistas. Si no consensuamos una definición de residencia, estamos perpetuando la precarización del sector artístico en el que, en numerosas ocasiones, las creadoras se ven obligadas a pagar por poder realizar su trabajo en lugar de cobrarlo.
Son muchos los festivales, que acogen proyectos de residentes y que generan proyectos de residencias, ¿pero no serían estos proyectos de coproducción? ¿O podríamos llamarlos “residencias” de producción? Al final estas instancias buscan si o si un resultado final, aunque haya una libertad creativa, hay un calendario marcado, una contraprestación clara y eso debería estar lejos de lo que consideramos una residencia de investigación que no ha de estar sujeta a ningún resultado específico. Esta etapa de la creación es fundamental para el desarrollo artístico a todos los niveles y tenemos el deber de reivindicarla y dignificarla.
En algunos debates y foros se habla mucho de las coproducciones, y de la importancia de ellas para generar productos de calidad, pero poco se habla de las inversiones que hacen muchos espacios de creación y residencias en esa primera etapa del proceso, espacios que a menudo apuestan a ciegas y con total confianza en proyectos que solo son ideas o bocetos de líneas de investigación, aportando una economía y un acompañamiento que en valoración económica, a menudo, es mayor que algunas de la coproducciones más destacadas.
También quiero mencionar el tema de las contraprestaciones o servicios a cambio de residir, de nuevo, llamemos a las cosas por su nombre y no aprovechemos nuestra posición de poder para exigir, tras una residencia de investigación una contraprestación. El trabajo de las artistas es investigar y crear y por ello, al igual que nosotras, deben cobrar y gozar de unas condiciones dignas de trabajo, basta de excusarnos en, lo ponía en la convocatoria o en el contrato, o es un tema burocrático. Si apostamos por generar proyectos de residencia, tengamos claro a qué jugamos, no lo aprovechemos para llenar nuestras programaciones o nuestras actividades y no digo que este bien o mal, solo insisto, en que llamemos a cada cosa por su nombre y si es necesario, hackeemos el sistema.
Parte de esta dignificación pasa por trabajar de manera consciente el acompañamiento. Cuando nos dan permiso para residir en un país, de alguna manera nos están ofreciendo el poder ser parte de una comunidad, de un ecosistema, nos están ofreciendo la posibilidad de tener unos derechos y unos deberes iguales que aquellas personas que ya hace tiempo que viven o habitan ese lugar. También, en teoría y volviendo a la parte económica (gota malaya), en un mundo menos injusto y elitista, ese permiso, nos permite trabajar y dignificar la parte profesional.
Ese permiso quiere decir que no estamos de paso, que la idea es generar un arraigo, que ese lugar nos deje y que dejemos una huella. De alguna manera nos transformará y hará que esa persona que era al llegar crezca al enfrentarse a esas nuevas dinámicas.
Entonces, cuando posibilitamos llevar a cabo una residencia en nuestros espacios, deberíamos ofrecer esas mismas condiciones, invitando a ser parte de ese ecosistema creativo, con unos derechos, deberes y objetivos similares a ese permiso de residencia.
Como institución, debemos saber que cuando una persona (sea local o internacional), viene a realizar una residencia, no busca únicamente tener una buena sala de ensayo o un buen alojamiento (que también), espera poder nutrirse del ecosistema creativo y contexto que rodean dicho espacio: ¿Qué comunidad se va a encontrar?, ¿cómo es el ecosistema creativo del que va a formar parte durante ese tiempo?, ¿conoce la cultura del lugar? y no solo me refiero a la agenda cultural (que es muy importante para hacerse una idea del sistema), sino, la cultura local, el barrio, el idioma, …. No quiero decir que las personas residentes tengan que generar proyectos sí o sí con el ecosistema del centro, con las comunidades, … sino, que hay que ponerlas en contexto y acompañarla en todas aquellas preguntas que se haga durante su proceso. No solo debemos asegurar unas buenas condiciones, si no que debemos acompañar la estancia.
Otra cosa importante es la confianza y la escucha activa, como centro, podemos tener sin quererlo mucha injerencia en la parte creativa. Cuando hay una petición o una demanda por parte de las personas del equipo creativo, nuestra respuesta, y actitud pueden llegar a modificar 180 grados el resultado de la investigación, por lo tanto, a menudo deberemos, como hemos dicho antes, hackearnos y hackear el sistema para poder así ayudar a la investigación a tomar nuevas miradas y caminos, que seguro, nos harán crecer a ambas.
Y ya para cerrar, un poco de esperanza, creo que cada vez somos más las personas que queremos generar este cambio, esta nueva relación entre centros y artistas, esta profesionalización y dignificación de las condiciones y aunque vamos lentas, estamos convencidas de que este cambio llegará.
Artículo escrito por David Marin, director de la Nau Ivanow.
Esta publicación se enmarca en una serie de artículos trimestrales que, desde la Nau Ivanow, encargaremos para hablar de temas que nos interesan o para generar un debate y reflexión. Publicado en colaboración con la Revista Red Escénica.